De todos los libros sobre emprendimiento o negocios que he leído, solo hay una idea que soy capaz de recordar a día de hoy.
Si ignoras que esto probablemente signifique que debo prestar más atención al leer, el concepto en sí es la primera de Las 22 leyes inmutables del marketing, el clásico de Al Ries y Jack Trout.
Según dicha ley, generalmente es mejor ser el primero que ser el mejor.
Por ejemplo, es mejor tener el primer producto que entra en un mercado (¿te suena el iPhone?), que tener el mejor producto de ese mercado.
O, como quizás hayas comprobado alguna vez, es mejor ser el primer pretendiente en hablar con la persona que te atrae, que ser el mejor pretendiente —y tardar demasiado en dar el paso.
Creo que siempre me ha dado un poco de miedo ser el primero. El último ejemplo lo puedo encontrar en el Bitcoin.
Así que a menudo he ido a remolque, inspirándome en aquellos que fueron pioneros e intentándolo hacer un poco mejor.
Y, aunque así tampoco me ha ido mal, uno de mis propósitos es arriesgar más. Convertirme en lo que llaman early adopter, como esos valientes que se atrevieron a subir a un amasijo de hierros con alas cuando la aviación aún estaba en pañales.
Por eso, recientemente he empezado a experimentar con frikadas como la realidad virtual y la inteligencia artificial. Esta última me está pareciendo tan potente para redactar textos que, aunque a medio plazo no creo que deje sin trabajo a muchos copywriters, probablemente los termine reconvirtiendo en editores/revisores de contenido.
Ya te iré contando. Pero recuerda: más vale ser el primero que ser el mejor. Aunque intentar ser el mejor tampoco sea un mal plan.
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